26.7.17



La luna

Blanca nos mira.
Aunque a veces parece azul.
Su cara redonda se oculta.
Dejando ver una medía luna.
Asustada de aceptar cuanto hacemos.
Incierta de seguir dándonos luz.
Enfrentando a la maldad.
Pidiendo que cambiemos.
Pero, solo la miramos.
Ella, asustada se esconde.
Entre la noche y el despertar.
Le dedicamos canciones.
Y hasta poemas, pero eso no quiere.
Pide que la nueva bienaventuranza nos guíe.
Decimos que es nuestro satélite.
Y eso tampoco le complace.
¿Para qué tener esa razón?
Es mejor llenarla de deseos realizables.
Es la luz que ilumina lo oscuro.
Hasta se asusta de los pájaros porque nunca los ve.
Como le agrada verse en los charcos y arroyos.
El caudal del río la marea por su velocidad.
Una vez, el hombre se atrevió a tocarla.
De  algo no sirvió llegar a ésta.
Solo romper con el silencio con aparatos inventados.
Lastimarle su corazón, que ya no es igual.
Bueno, si esto de “conquistarla”, fue cierto.
Lo más aceptable es su papel de cuidar a los enamorados.
Los acerca para que estén contentos contemplándola.
Se llena para que todos la apreciemos.
Y solo necesita que se le siga queriendo.

Por su brillo, frío, color y ternura.

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