19.7.16

¡El amarillo, me gusta!

Es un matiz que se hace sentir cálido.
Tan cálido que colorea al sol en su inmensidad.
Aunque, en sus orígenes él quiso ser azul.
Solo por llevar la contraria a quien le propuso fuera amarillo.
No quiero ni imaginar lo que ocurriría si el sol fuera de ese color.
De lo cálido a lo frío, todo sería un caos.
Lo brillante se tornaría pálido.
Los amaneceres se sentirían tristes y sin ganas de estar.
Incluso ya no calentaría.
Puesto que sus rayos se calmarían en su ardor.
El azul lo haría tenue.
Pero, volvamos al amarillo para darle el valor que merece.
Está en todas parte de la naturaleza.
Las hojas que fueron verdes se dejan dominar por el amarillo.
La luz que es así se le nombra incandescente.
Por lo general, antecede al rojo en los llamados alertas.
Lo vemos en el semáforo y en los estados críticos del clima.
Se complace aparecer en la piel de algunos pueblos asiáticos.
El negro ayuda al amarillo a ser la combinación de mayor contraste.
Una simple raya amarilla puede ser de prevención en el tránsito de las ciudades.
También se vuelve hermoso cuando tiñe con su matiz a las flores.
Sobre todo al girasol, que se convierte en una forma repleta de su color.
La vestimenta humana compite con el amarillo para lucirse.
Los animales decidieron utilizarlo para aparentar mejor su diseño.
Ahí tenemos al gallo, que pinta sus plumas de diversos amarillos.
Porque eso es cierto, no es solo un tono en su color puro.
Los hay intensos, claros y pálidos.
El arte se ha dispuesto a dignificarlo al extremo.
Derrochando su hacer con la intensidad maravillosa de este color.
La gama cromática lo hace merecedor de toda la atención.
El amarillo es mi selección natural en el trabajo de diseño gráfico.

Incluso aparece en la música, como: “Me gusta el amarillo, ese es mi color”.

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